Mientras que la ausencia de amor tiene sobre los niños un efecto predecible, algo que no está bien fundado es que el exceso de amor o el «super-amor» también impone sus riesgos. Creo que algunos niños resultan malcriados a causa del amor, o de algo que pasa por amor. Algunas personas de nuestra sociedad se concentran tremendamente en los niños en esta etapa de su historia; han cifrado en sus pequeños todas sus esperanzas, sueños, deseos y aspiraciones. La culminación natural de esta filosofía es la protección excesiva de esta nueva generación.
Conocí a cierta madre ansiosa que afirmaba que sus hijas eran la única fuente de satisfacción en su vida. Durante largos veranos, pasaba la mayor parte de su tiempo sentada junto a la ventana del cuarto delantero de su casa, contemplando a sus tres niñas mientras jugaban. Temía que pudieran herirse o precisaran su ayuda, o que salieran a la calle con sus bicicletas. Sus otras responsabilidades con la familia quedaron sacrificadas, a pesar de las vigorosas quejas de su esposo. Ella no tenía tiempo para cocinar ni para limpiar la casa; el oficio de vigilia junto a la ventana era su única función. Sufría una tensión enorme a causa de los peligros conocidos y desconocidos que pudieran acechar a sus amadas hijas.
Las enfermedades de la infancia y los peligros repentinos siempre son difíciles de tolerar para un padre o madre que ama a sus hijos, pero la más leve amenaza produce una ansiedad insoportable cuando la mamá o el papá es excesivamente protector. Lamentablemente, ese padre o madre no es la única persona que sufre, con frecuencia el niño es también una víctima. No se le permite correr riesgos razonables, riesgos que son preludio necesario al crecimiento y al desarrollo. Del mismo modo, los problemas del materialismo suelen llegar a un extremo en una familia en la cual a los niños no se les puede negar nada. La inmadurez emocional prolongada es otra consecuencia frecuente de la protección excesiva. Una vez más, el «punto medio» del amor y el control es lo que debemos buscar si queremos producir niños sanos y responsables.
Para que no exista un malentendido, voy a recalcar mi mensaje explicando el aspecto opuesto. No estoy recomendando que en su hogar reine la violencia nila opresión. Noestoy sugiriendo que le dé a sus hijos unas nalgadas todas las mañanas junto con el desayuno, ni que obligue a los varones a permanecer sentados en la sala con las manos juntas y las piernas cruzadas. No estoy proponiendo que trate de hacer adultos de sus hijos para que impresionen a sus amigos adultos con sus habilidades de padre, ni que castigue a sus hijos sin ton ni son, dando golpes y gritando cuando ellos ni sabían que habían hecho algo indebido. No estoy sugiriendo que se vuelva frío e inaccesible como un modo de garantizar su dignidad y autoridad. Estas tácticas de parte de los padres no producen niños sanos ni responsables. Por el contrario, lo que estoy recomendando es un principio sencillo: cuando usted recibe un reto desafiante, su triunfo debe ser definitivo. Cuando el niño pregunte: «¿Quién manda aquí?», hágaselo saber. Cuando él susurre: «¿A mí quién me quiere?», tómelo en sus brazos y rodéelo con cariño. Trátelo con respeto y dignidad, y espere lo mismo de él. Y entonces, comience a disfrutar de los dulces beneficios de una labor paternal competente.
Fuente:
Tomando de Cinco claves para la armonía familiar por el Dr. James C. Dobson